bromselick
8/23/2006 2:07:00 AM
Por Lisandro Otero -
Ganador del Premio de Literatura de Cuba --
2006-08-22 --
En tiempos del llamado socialismo real los periódicos adolecían de
una rigidez que los hacía ilegibles. Estaban compuestos de partes
oficiales, dogmas administrativos, partes triunfales de las
secretarías de gobierno y arengas de funcionarios. El verdadero
periodismo de investigación y exposición objetiva de hechos,
ejercicio del criterio y expresión de opiniones no tenía un espacio
dentro del orbe moldeado a la soviética.
La prensa en los países capitalistas alardeaba, por su parte, de su
imparcialidad y rectitud. Ellos eran los verdaderos campeones de la
autonomía del pensamiento, decían. En sus periódicos se divulgaba,
según el lema de The New York Times, "todo lo que debe
publicarse".
La guerra en Irak demostró que eso es puro embuste. Los periódicos
estadounidenses unidos a sus estaciones de radio y de televisión se
dedicaron a defender la verdad oficial del gobierno de Bush sin
deslizar ni un átomo de hesitación en sus presentaciones. En el
lenguaje de los locutores se hablaba constantemente de cómo las tropas
han ido a Irak a restablecer la democracia, a luchar por la libertad
del pueblo iraquí, a aplastar para siempre el terrorismo. En ninguna
emisión se habla de las ambiciones de los grandes consorcios
petroleros, ni se mencionan las evidentes vinculaciones financieras de
Bush, Cheney y Condoleezza con los carteles del hidrocarburo: Chevron,
Texaco, Mobiloil, Shell. No se iba a las entrañas del fenómeno que el
mundo está sufriendo: la voracidad imperialista de los grandes
monopolios del capitalismo desarrollado.
El pueblo estadounidense se traga esa retórica e inflamado de
patriotismo, cree realmente que combate por el rescate de un pueblo
encadenado sin percatarse que está siendo usado como autómata para
satisfacer el apetito de ganancias de las empresas petroleras.
En las grandes capitales del mundo se desarrollan manifestaciones
masivas de cientos de miles de personas contra la guerra pero las
cadenas de televisión apenas dedican el uno por ciento de su espacio a
reseñar esa inconformidad universal. Sin embargo hora tras hora nos
atosigan con el poderío del armamento norteamericano, la eficacia de
su fuerza aérea, la infalibilidad de sus bombas teleguiadas, la
pujanza de sus recios tanques, sus impenetrables blindajes, sus macizos
cañones. El objetivo de esa arremetida verbal es convencernos de la
inmunidad de las fuerzas norteamericanas y lo inútil que es ofrecer
ningún tipo de resistencia.
Lo más grave es la perversión del lenguaje. La manera en que se
están utilizando las palabras para enmascarar la verdad, para crear un
espacio ficticio ajeno a los verdaderos acontecimientos. Unido a todo
ello va la guerra psicológica para propiciar una inminente rendición
en todos los frentes. Los propagandistas del Pentágono están
trabajando horas extras en esas y otras fabricaciones. Y todo ello
encuentra un eco propicio en la CNN, la NBC, la CBS y en los grandes
periódicos como The New York Times, Los Angeles Times, The Wall Street
Journal y muchos otros. Ninguno de esos medios osa lanzar la menor duda
sobre los procedimientos encubridores del sistema. Ninguno se atreve a
cuestionar los escamoteos y distorsiones, a pensar por cuenta propia, a
alzar una voz independiente del régimen de Bush.
Edificar la opinión pública es una función del periodismo y
solamente puede ejercerse cuando existe un fuerte vínculo entre
quienes piensan y quienes actúan, cuando el emisor de opinión
establece una conexión inteligente con las bases que deciden, tal como
sucede en las democracias modernas. La relación entre la palabra y el
poder, entre los signos semánticos y las esferas decisorias, es uno de
los fenómenos que ha definido a nuestra época.
Los periodistas nos consideramos depositarios del dinamismo social, de
los resortes que actúan como impulsores de la marcha de la comunidad.
De igual manera que debemos analizar, diagnosticar y exponer, hay que
supeditar nuestro oficio a un cometido moral que le otorga una
dimensión más elevada a la simple tarea de informar y opinar.
En la medida que las tecnologías se desarrollan vemos que el universo
informático se adelgaza en profundidad. Los noticieros televisivos
ganan en adeptos y crecen en la atención pública, pero a la vez
adelgazan la intensidad de la penetración Todo el texto difundido en
un noticiero de televisión de media hora de duración no alcanza a
llenar una sola página de un tabloide. Ello quiere decir que, para
diferenciarse del facilismo televisivo, el periódico impreso tiene su
destino marcado como formador de opinión, como indagador en la esencia
de los sucesos contemporáneos, como punto de observatorio y examen. No
puede competir con la inmediatez de la radio ni con la imagen en
movimiento que aporta la televisión.
Hay apocalípticos que constatan que cada día se lee menos y se ve
más; la cultura de la figuración reemplaza lentamente a la del
entendimiento.